Camino de Santiago: De Lucena a Finisterre

¿Quién nos iba a decir que los 10 kilómetros de Vía Verde que unen Lucena y Cabra nos iban a llevar hasta Santiago de Compostela y a Finisterre? 
Esos kilómetros dieron comienzo a nuestra primera experiencia en el cicloturismo de alforjas, el día que iniciamos el Camino de Santiago desde Lucena. Fue el 13 de julio de 2015. Como muchas otras veces nos montamos en nuestras bicicletas y pedaleamos sobre el trazado del antiguo Tren del Aceite. Pero esta vez íbamos cargados. Cargados de kilos en nuestras alforjas: de ropa, herramientas, repuestos, sacos de dormir, botiquín, etc. Cargados de todas las dudas de principiantes, como no tener un sitio seguro para comer o dormir, lo que nos daba al mismo tiempo una gran sensación de libertad. Pero también íbamos cargados de ilusión sabiendo que esta vez no nos íbamos a dar la vuelta, sino que nos esperaban más de mil kilómetros atravesando España.

Etapas
01. Lucena - Castro del Río
02. Castro del Río - Córdoba
03. Córdoba - Alcaracejos
04. Alcaracejos - Castuera
05. Castuera - Medellín
06. Medellín - Mérida
07. Mérida - Cáceres
08. Cáceres - Galisteo
09. Galisteo - Hervás
10. Hervás - Fuenterroble de Salvatierra
11. Fuenterroble de Salvatierra - Salamanca
12. Salamanca - Zamora
13. Zamora - Villabrázaro
14. Villabrázaro - Astorga
15. Astorga - Ponferrada
16. Ponferrada - O Cebreiro
17. O Cebreiro - Portomarín
18. Portomarín - Melide
19. Melide - Santiago de Compostela
20. Santiago de Compostela - Finisterre

Distancia total
1215 Km



Camino Mozárabe



01. Lucena - Castro del Río
Desde la estación de Lucena, la Vía Verde nos da la bienvenida al Camino. Cruzamos el puente de hierro, con la sierra de Cabra al fondo, y después de unos 20 kilómetros llegamos a Doña Mencía en un agradable paseo entre olivares que no va a durar mucho. Al rato pinchamos, aunque en una tienda de Baena lo solucionamos. Pero lo peor es el calor que nos acompaña el resto de la etapa. A más de 40º nos quedamos sin agua a mitad de camino para llegar a Castro del Río. Por suerte, lo llano del camino nos facilita terminar aquí la etapa, dando por fin con una pequeña fuente, con la que combatimos la ola de calor que está afrontando medio país.
Por la tarde nos duchamos al menos 5 veces en el albergue, donde pasamos la noche intentando dormir en el suelo para no acabar pegados a la ropa de la cama, pero no pegamos ojo en toda la noche.


Puente de Hierro, Vía Verde (Lucena)


02. Castro del Río - Córdoba
Al segundo día sobre las 8, salimos hacia Córdoba: 40 kilómetros sin ninguna población. Conforme avanzamos, los caminos se hacen cada vez peores y lo que empezó como una carretera rural se convierte en tierra arada, zarzas y más olivares. En definitiva, un camino que no existe: las famosas flechas amarillas que debemos seguir se ocultan bajo multitud de matojos. Pero "se hace camino al andar", y andando con las bicis a cuestas y una ola de calor que nos abrasa nos quedamos sin agua, nuevamente. Seguimos alternando caminatas y pedaladas, cuando nos encontramos con una finca y la única persona en toda la etapa, que nos ofrece agua, gracias a la cual podemos seguir avanzando; pero por desgracia, un rato después, vamos pinchando todas las ruedas (sí, las 4) por la hierba seca. 
A las 3 de la tarde, con 45º, deshidratados y sin que las piernas respondan, encontramos la única sombra vista en horas y nos tomamos las últimas reservas de energía que nos quedan (una bolsa de chucherías totalmente derretidas). Cubrimos los dos últimos kilómetros que nos quedan hasta la capital cruzando el Guadalquivir, llegamos al albergue, bebemos agua y nos tiramos al suelo.
Nunca pensamos que íbamos a alegrarnos tanto por el simple hecho de beber agua o sentir el frescor del suelo... y es que no es más rico (y feliz) el que más tiene, sino el que menos necesita, y en ese momento era lo único que necesitábamos. 
El tiempo que nos sobra para visitar la ciudad lo empleamos en ir, otra vez, a una tienda de bicis y cambiar todas las cámaras, así como en sellar la credencial junto a la Mezquita.

Así, en dos días aprendimos varias cosas importantes del Camino Mozárabe en verano: nunca te levantes más tarde de las 7, aliméntate bien y, sobre todo, no subestimes el agua. 


03. Córdoba - Alcaracejos
Superando Córdoba y haciendo caso a nuestros propios consejos, el paisaje va cambiando: hasta Alcaracejos los olivares dan paso a los encinares del Valle de los Pedroches en Sierra Morena, así como los madrugones empezaban a dar paso a etapas más llevaderas. La etapa, por carretera, es bastante aburrida, pero llegamos descansados después del agobiante día de ayer.
En Alcaracejos no hay albergue, por lo que nos damos el placer de dormir en un hostal, así como un buen menú con un salmorejo exquisito.

04. Alcaracejos - Castuera
El frío de las 7 de la mañana nos airea en un camino entre granjas. Cuesta abajo atravesamos Hinojosa del Duque y nos desviamos a Belalcázar para contemplar su castillo. Casi sin darnos cuenta, rodando en carreteras de infinitas rectas y paisajes amarillos, llegamos a Extremadura.

Hacia Monterrubio de la Serena. Carretera A-3280 (Belalcázar)

Notamos como las piernas y nuestro cuerpo se van acostumbrando al pedaleo diario, y a pesar de que el calor nos acompaña, cada kilómetro cuesta menos. 80 de estos kilómetros nos dejan en Castuera, comarca de la Serena, donde probamos uno de nuestros vicios: el queso. ¡Y vaya queso tienen por aquí!
Para terminar el día dormimos en un albergue al que muchos hoteles tendrían envidia.

05. Castuera - Medellín
Ya en el quinto día de nuestra ruta, nos levantamos con el cielo encapotado y algunas gotas de lluvia, hasta llegar a Campanario en un oscuro amanecer y por una carretera que nos inspira poca confianza. Una vez allí sellamos y cogemos dirección a Magacela por un camino desértico pero teñido de rojo caoba que nos lleva hasta este pueblecito situado sobre una colina, única subida destacable del día. La bajada hasta Don Benito se hace en un abrir y cerrar de ojos. Seguimos hasta Medellín rodeados de coches y campos de cultivo, llegando antes de lo esperado, por lo que nos paramos a pensar si alargar nuestra etapa o aprovechar para descansar y ver Medellín, pero viendo la escasez de alojamientos hasta Mérida optamos por la segunda opción. Y fue la acertada.
En el ayuntamiento sellamos la credencial y nos ofrecen alojarnos en su pabellón municipal, lo cual aceptamos y agradecemos. Dejamos nuestras bicicletas allí y empezamos a descubrir este pueblo con encanto: primero vamos a la playa fluvial a orillas del Guadiana, donde nos damos un chapuzón acompañados por unas diminutas sanguijuelas que nos cuesta quitar de los pies; después paseamos por el pueblo, cuna de Hernán Cortés, conquistador cuya estatua en la plaza es sobrevolada por decenas de cigüeñas; y por último subimos al castillo, con unas vistas panorámicas impresionantes desde donde observamos toda la vega del Guadiana y el paso del río bajo el puente de los Austrias, así como el Teatro Romano a los propios pies del castillo. 
Nos habíamos merecido este día de relax y turismo después de tanto esfuerzo días atrás.
La jornada la finalizamos bajo un chaparrón de agua que nos sorprende yendo al pabellón, donde dormimos entre los chillidos de los cientos de murciélagos que entran y salen de los ventanales.


Río Guadiana desde el Castillo de Medellín
    
06. Medellín - Mérida
Atravesando el Guadiana empezamos nuestra etapa con destino a Mérida. Se trata de una etapa bastante llana y fácil, aunque algo monótona, pues vamos buena parte junto a la autovía. 45 kilómetros donde volvemos a pinchar, pero que hacemos en poco más de 3 horas para completar nuestro Camino Mozárabe. Llegamos a Mérida y a su albergue, un antiguo molino junto al río habilitado para los peregrinos, donde nos encontramos con los primeros de ellos: un mexicano, que había dejado el trabajo en su país durante varios meses para vivir la aventura de hacer el Camino andando, y una finlandesa, con la que nos comunicamos mediante señas, ya que no dominaba mucho el castellano ni el inglés. Antes de nada volvemos a pasar revisión a nuestras bicis: Selene tiene que cambiar sus cubiertas, pues todos los pinchazos que llevábamos les habían pasado factura, y Jesús sus cámaras, además de talonar la rueda (que ya venía dando botes bastantes kilómetros).
Una vez solucionado, nos toca explorar (y estudiar) la historia de Mérida, que no es poca, en una sola tarde. Para ello compramos unos tickets para ver todo el conjunto monumental e iniciamos nuestro recorrido por la Alcazaba Árabe, la fortaleza musulmana más antigua de la península, con vistas al puente romano sobre el Guadiana. Continuamos paseando por la ciudad, donde nos encontramos con el templo de Diana, el Foro y el Museo Nacional de Arte Romano, que vemos de forma express para poder visitar lo más importante de la antigua capital de Lusitania, Augusta Emérita: el Anfiteatro, donde antes se daban cita gladiadores y leones; el Teatro Romano, con su imponente escenario en el que se hacían y se siguen haciendo representaciones; y el Circo, un gran recinto destinado a las carreras.




Teatro y Anfiteatro romanos (Mérida). Construidos en el siglo I a. C.

La diferencia entre los casi 300 kilómetros que llevábamos y los más de 900 que quedaban ya solo eran cuestión de constancia. La pasión y la motivación ya las teníamos. Para llegar a Finisterre debíamos mantenerlas y seguir pedaleando y descubriendo lugares; y aunque solamente era nuestro séptimo día de aventura sobre las dos ruedas, nuestras dudas e inseguridades de un viaje cicloturista iban desapareciendo, lo que nos hacía disfrutar cada vez más y valorar la libertad que nos daban nuestras máquinas de aluminio. 



Vía de la Plata

07. Mérida - Cáceres
La ciudad de Mérida nos despide con una bonita estampa del acueducto de los Milagros con los rayos de sol atravesando sus arcos. Empezamos la Vía de la Plata.
Si ya nos íbamos cargados de historia tras visitar Mérida, la Vía de la Plata, por la que íbamos a atravesar el oeste de España de sur a norte hasta Astorga, no iba a ser menos. Esta calzada ya existía antes del Imperio Romano, en la época de Tartessos sobre el siglo VII a. C. y ha sido utilizada desde entonces por todas las civilizaciones posteriores como una gran vía de comunicación.


Acueducto de los Milagros (Mérida)

Nos vamos despidiendo de los peregrinos que salieron a pie al salir de Mérida en una ligera subida; empezamos a escuchar la frase "¡Buen camino!" y a conocer un poco la esencia del Camino.
Esta subida nos lleva al embalse romano de Proserpina, donde el sol del amanecer queda impreso en las aguas en calma, regalándonos otra imagen para el recuerdo.


Embalse de Proserpina (Mérida)

Seguimos por un sendero adentrándonos en el Parque Natural de Cornalvoatravesando inmensas dehesas donde en algunas ocasiones tenemos que echar los pies al suelo y subir a pie algunos repechos empedrados hasta Alcuéscar. Además de seguir las flechas amarillas, vamos viendo las primeras señalizaciones de cubos de granito con la inscripción del Arco de Cáparra, emblema de la Vía de la Plata; y poniendo un poco más de atención vemos los miliarios, columnas que señalaban las distancias en las calzadas romanas. El camino se hace bastante cómodo por los diferentes senderos, en general muy poco transitados y con paisajes variados, tanto del Parque Natural como de los llanos de Cáceres. Recorremos algunos tramos más dificultosos de sube y baja y cruzamos, curiosamente,  por mitad de un aeródromo, el aeródromo de la Cervera. El calor no es tan extremo como en nuestras etapas del Camino Mozárabe, pero sigue siendo muy agobiante, por lo que tras atravesar el puente romano de Valdesalor hacemos los últimos kilómetros del día por la N-630 hasta llegar a Cáceres
Aquí volvemos a disfrutar de un gran conjunto monumental, sobre todo de su Plaza Mayor y, pasando el Arco de la Estrella, la "ciudad vieja", con la Concatedral de Santa María, el Palacio de las Veletas o la iglesia de la Preciosa Sangre, donde subimos a una de sus torres para admirar la ciudad a vista de pájaro.

08. Cáceres - Galisteo 
En nuestra octava etapa, segunda de la Vía de la Plata, salimos en dirección a Casar de Cáceres donde encontramos una fuente para repostar agua. De repente, justo antes de beber, escuchamos una voz a lo lejos y cuando nos damos la vuelta vemos a una viejecilla advirtiéndonos de que no bebiésemos: por lo visto mucha de la gente que había bebido de esa fuente había sufrido de "cagalera".
Salimos del Casar por pistas de gravilla bastante rodadoras donde podemos comprobar el importante papel de la ganadería en Extremadura, teniendo que abrir y cerrar cancelas para pasar por varias granjas, haciéndonos paso entre vacas y algún que otro toro. 


Chozo extremeño (Casar de Cáceres)

Todo este tramo nos lleva en descenso hasta el río Tajo y comienza un ascenso en el que podemos diferenciar dos partes: una primera, bastante más fácil, hasta Cañaveral, que la hacemos por carretera; y otra hasta el puerto de los Castaños, con una cuesta pedregosa en la que no solo tenemos que echar los pies al suelo, sino que tenemos que arrastrar las bicicletas mientras "escalamos" intentando mantener el equilibrio. Llegamos a Riolobos y subiendo algunas cuestas nos topamos con una cancela, esta vez de las que no podemos abrir. Nos habíamos equivocado, retrocedemos y buscamos en el GPS alguna alternativa más corta para retomar el camino, pero volvemos a encontrarnos en la misma situación. A la tercera encontramos el camino correcto que nos lleva hasta Galisteo, terminando una etapa bastante agotadora.

09. Galisteo - Hervás
Al siguiente día, como siempre saliendo antes que el sol, vamos por carretera bordeando el río Jerte hasta Carcaboso, donde enlazamos de nuevo con la calzada romana. Tras una subida empieza un estrecho sendero que, entre dehesas y los primeros rayos, nos hace disfrutar de un bello paisaje. Lo fácil del camino oscilante hace que nos confiemos y sufrimos una caída: Selene se tropieza con una roca. Por suerte, el único percance es una desviación en el manillar, que lo solucionamos rápidamente con nuestras llaves Allen.


 Una de las flechas que nos vamos encontrando en árboles y rocas (Entre Carcaboso y Cáparra)

El camino continúa por senderos algo más anchos que conservan un encanto especial hasta llegar a la ciudad romana de Cáparra, con su esplendoroso y único arco cuadrifonte de España, símbolo de la Vía de la Plata. También visitamos su centro de interpretación, una interesante visita con aire acondicionado incluido, que con el día que hace es de agradecer.


Ciudad romana de Cáparra

Seguimos por carretera en ligero ascenso hasta Hervás, subiendo un tramo más costoso. Al llegar, el albergue está cerrado. Una lástima, porque queríamos pasear por los rincones de una de las juderías más importantes del país. Damos una vuelta rápida y bajamos en dirección a Baños de Montemayor, donde empieza la dureza del puerto de Béjar. Nos encontramos con un camping, en el que preguntamos los precios en su recepción: 55€ (haciéndonos una oferta de temporada baja por ser peregrinos) se nos escapan del presupuesto. Cuando estamos a punto de empezar la subida, el hombre que nos atendió sale y nos pega una voz: "Chicos, quedaros, que ya me da reparo de que os vayáis con el calor para arriba". Gracias al muchacho podemos disfrutar, por 15€ cada uno, de un bungalow que es un lujo para nosotros.

10. Hervás - Fuenterroble de Salvatierra
Antes del amanecer retomamos nuestro ascenso al puerto de Béjar (950m), el más serio de toda la Vía de la Plata y perteneciente al Sistema Central. En Baños se sube un repecho importante sobre la calzada y ya terminando el puerto entramos a una nueva comunidad: Castilla y León.
Después de un rápido descenso en el que tenemos mucho cuidado para no derrapar con las alforjas, nos encontramos con un ciclista de la zona, que nos indica una alternativa para bicigrinos, pues el camino de los que lo hacen andando es demasiado técnico; y nos acompaña hasta La Calzada, reduciendo su velocidad (con su bici de carbono que pesaría 4 veces menos) a nuestro paso de tortuga.


Camino entre Puerto de Béjar y La Calzada de Béjar

Con el Sistema Central, el panorama cambia completamente: la temperatura es suave, por primera vez desde que salimos; y el paisaje, lleno de vegetación y casas de piedra, sustituye al de llanuras y pueblos blancos.
Entre tramos de grava y algunos de asfalto llegamos a Fuenterroble de Salvatierra y nos quedamos en el albergue parroquial, histórico en la Vía de la Plata y muy peculiar, disfrutando de una cena común en el jardín, en la cual escuchamos historias de otros peregrinos, algunos bastante veteranos como un coreano de 80 y pico años (que no hablaba), y con Javier, el hospitalero, que muy atentamente nos va aconsejando de todas las etapas que nos quedan hasta Santiago. En la misma habitación que nosotros hay otra pareja de bicigrinos, parados desde el día anterior, ambos por problemas intestinales. No podemos evitar acordarnos de la viejecilla del Casar de Cáceres.

11. Fuenterroble de Salvatierra - Salamanca
Por la mañana nos ofrecen un extenso desayuno. Y todo sin pedir nada. Los dos damos donativo, aunque lo que habíamos recibido era impagable: historias, experiencias, consejos y, sobre todo, bondad.

En nuestro undécimo día nos dirigimos a Salamanca, pero antes pasamos por el Pico Dueñas (1170m). Un fuerte ascenso en el que la mitad la tenemos que hacer a pie por el mal estado del terreno para las bicicletas con alforjas. Dura subida, compartiendo camino con una manada, hasta la cruz de Santiago, pero con una buena recompensa: las vistas del Campo Charro desde la cota más alta de la Vía. 


Pico Dueñas (Provincia de Salamanca)

Las grandes ganaderías junto al Camino nos conducen hasta un alto con otra cruz de Santiago, donde se divisa la ciudad de Salamanca sobre el horizonte. El Puente Romano sobre el río Tormes, con la Catedral al fondo, nos lleva al centro de la ciudad, a la que le dedicamos el resto del día para ver el casco antiguo. Podríamos poner una lista de monumentos y paisajes, pero sería demasiado larga; aunque destacamos el Huerto de Calixto y Melibea (escenario de La Celestina), el atardecer en el Puente Romano, y el paseo nocturno por las callejuelas, la Plaza de la Universidad y la Plaza Mayor. 


Plaza Mayor (Salamanca)


12. Salamanca - Zamora
Después de una semana madrugando nos tomamos un "descanso" y salimos de Salamanca más tarde, por lo que de los 70 kilómetros que nos separan de Zamora, la mayoría los hacemos por la N-630. Como anécdota, nos volvemos a encontrar con el coreano que conocimos en Fuenterroble y que nos saluda con un sonido que no logramos descifrar. Atravesamos pueblos con nombres curiosos, como Peleas de Arriba (al sur de Peleas de Abajo) y El Cubo de la Tierra del Vino (tierra que le da nombre a esta comarca de Zamora) y en 5 horas llegamos a Zamora, junto a las aguas del río Duero


Zamora

Otra ciudad a la que merece la pena dedicar una tarde, sobre todo por su Catedral, el Castillo y la Plaza de Viriato. A la noche, justo antes de ir a dormir, llega un peregrino. Se había recorrido la misma distancia que nosotros, pero a pie, y llegaba deshidratado y desorientado. Gracias a las hospitaleras del albergue, que le ofrecen una cena, se va recuperando poco a poco.

13. Zamora - Villabrázaro
Después de una noche durmiendo entre ronquidos y empezando a conocer las frías noches del norte de España, salimos de Zamora sin destino fijo siguiendo el Camino junto a la carretera que tanto nos ha acompañado, la N-630, hasta llegar a Granja de Moreruela. Antes pasamos sobre la cola del embalse de Ricobayo y por las ruinas de Castrotorafe. En Granja de Moreruela, lugar donde se bifurca la Vía de la Plata y el Camino Sanabrés, nos tomamos un descanso que se convierte en siesta y continuamos por caminos bastante rodadores, hasta dar con una pequeña senda que nos lleva hasta el puente de un antiguo ferrocarril para cruzar el río Esla y llegar a Benavente.


Antiguo puente sobre el río Esla. Benavente (Zamora)

Como aún nos quedan fuerzas para seguir alargando la etapa, vemos los lugares más característicos de Benavente, como el Castillo y la Iglesia de Santa María del Azogue, y seguimos hasta Villabrázaro. 80 kilómetros nos traían hasta aquí, donde un anciano sentado en un banco nos da la bienvenida con ilusión, pidiéndonos que escribamos en su bloc. Un bloc que contenía muchas de las historias que habían hecho llegar a los peregrinos a este pueblo con destino a Santiago. 
En nuestro caso, escribimos que nuestro objetivo al empezar el Camino era llegar a Finisterre y descubrir ciudades, pero nos habíamos dado cuenta de que lo importante ya no era llegar, sino disfrutar de cada uno de los momentos que estábamos viviendo.


Amanecer saliendo de Villabrázaro (Zamora)

14. Villabrázaro - Astorga
Con un nuevo amanecer, mientras recorremos una tranquila carretera, llegamos a la provincia de León. El frío a estas horas es más que notable y con el río Órbigo a nuestro lado entramos en Alija del Infantado para ver su castillo. Avanza la mañana y la etapa prosigue por un camino entre parajes verdes de árboles que pocos rayos de sol logran atravesar. Eso, junto con el poco desnivel que superamos y lo cómodo de todas las pistas, hace que pasemos por La Bañeza y lleguemos a Astorga bastante relajados.

8 días son los que nos han servido para completar la Vía de la Plata, desde Mérida hasta Astorga, y experimentar la esencia del Camino de Santiago.

El ambiente del Camino aquí es bien distinto, ya que enlazamos con el Camino Francés. Empezando por los albergues, que no superaban las 20 plazas en la Vía de la Plata, en Astorga nos alojamos en uno con casi 200. Damos un rodeo por la ciudad, teniendo la suerte de encontrarnos con las fiestas de Astures y Romanos. A pesar de que es una ciudad bastante pequeña, descubrimos un gran patrimonio, donde destaca el Palacio Episcopal de Gaudí, con sus formas tan características, y la Catedral. Además, no nos podíamos quedar sin probar un producto típico de aquí: el chocolate.


Palacio Episcopal de Gaudí (Astorga)





Camino Francés


15. Astorga - Ponferrada
Salimos de Astorga para superar las montañas del macizo Galaico y empezar las dos etapas más duras de nuestro reto: de Astorga a Ponferrada, con la subida a la Cruz de Ferro, y de Ponferrada a O Cebreiro. Estas etapas dan comienzo a nuestro Camino Francés, el Camino de Santiago por excelencia y la ruta de peregrinación más importante de la Europa medieval.

Sorteando peregrinos por un estrecho sendero, atravesamos varios pueblos pequeños con casas de piedra, como Santa Catalina de Somoza. En los primeros 20 kilómetros se superan algo más de 250m de desnivel, que no se aprecian demasiado. Ya en Rabanal del Camino decidimos subir hasta Foncebadón cada uno a nuestro ritmo para ascender un duro tramo de carretera de 6 kilómetros en los que se ascienden 300m. El hecho de hacerlo con la bici cargada con alforjas da una recompensa extra al llegar. En Foncebadón reponemos fuerzas con un buen bocata y subimos juntos los últimos 2 kilómetros hasta la cota más alta de todo el Camino (1504msnm), la Cruz de Ferro. Una simple cruz sobre un poste de madera, pero con un gran simbolismo por la tradición de todos los peregrinos de lanzar una piedra de espaldas a ella. Por supuesto, nosotros llevamos una: la noche anterior de salir de Lucena, la madre de Jesús, motivada por la película "The Way", recogió una piedra del paseo del Coso para dárnosla y, después de haberla paseado de sur a norte del país, lanzarla aquí. Una vez con la tradición cumplida descansamos junto a la cruz, pensando en la cantidad de historias que se esconden detrás de cada una de las piedras que forman el montículo.


Cruz de Ferro (provincia de León)

Descendemos por carretera, ya que el camino es bastante peligroso en este tramo, con unos 1000m de desnivel negativo. Pasando por el refugio de Manjarín, que parece sacado de otra época, y por más pueblos de piedra, vamos viendo cómo nos acercamos a Ponferrada, al mismo tiempo que gastamos las zapatas de los frenos para bajar sin ningún percance. En poco tiempo llegamos a Ponferrada, ciudad bastante grande pero tranquila; rodeamos el castillo templario y damos un paseo por la zona antigua para después descansar en otro albergue de grandes dimensiones.


Bajando hacia Ponferrada. Carretera LE-142

16. Ponferrada - O Cebreiro
Salimos de Ponferrada entre campos de la comarca del Bierzo. Sin dificultad vamos siguiendo las flechas amarillas, que nos llevan hasta Villafranca del Bierzo. Para cargar las pilas para la subida más exigente de todo nuestro reto nos tomamos un desayuno compuesto por huevos con bacon, churros con chocolate y donuts. Sobre carril bici y asfalto vamos recorriendo un camino marcado por las curvas y rodeado de bosques frondosos. Como viene siendo habitual en esta zona, abundan los pequeños pueblos de aspecto rústico. Y como en la etapa anterior, la primera parte del ascenso es asequible, al menos hasta Las Herrerías, donde comienzan algunas rampas que se convierten en un auténtico infierno cuando el peso de las alforjas hacen que pienses que estás atado al suelo. Seguimos hasta La Faba, donde el camino se inicia con un repecho de piedras, imposible de salvar sobre la bici, por lo que preguntamos a un hombre mayor de la zona si se puede ir por ahí, a lo que nos contesta que sí. Nosotros, confiados, subimos andando ese primer repecho, a lo cual les siguen unos cuantos iguales o peores, pero ya que nos habíamos embarcado en ese camino, teníamos que superarlo. Con la bici a cuestas llegamos a La Laguna. Al parecer, y como otras veces, no habíamos visto la señalización para bicigrinos y nuestro camino era otro. Pero por suerte, lo que quedaba era sobre asfalto. Después de que hubiésemos superado sobre 800m en la etapa, O Cebreiro nos ofrece uno de los paisajes más bellos con su puesta de sol, para finalizar el día, ya en la comunidad de Galicia.


Vistas desde O Cebreiro (Lugo)

17. O Cebreiro - Portomarín
En nuestra decimoséptima etapa de ruta y, de nuevo, en otro frío amanecer, pedaleamos entre nubes para superar varios altos: primero el de San Roque (1275m), en el que hay una gran estatua de un peregrino luchando contra el viento, y después el alto do Poio (1335m).


Alto de San Roque

Desde el alto do Poio se inicia un fuerte descenso por carretera, ya que al igual que en la Cruz de Ferro, el camino es bastante peligroso. Más aún con la densa niebla que nos cubre.

Al llegar a Triacastela hay dos variantes posibles. Nosotros, recomendados por Javier, el hospitalero de Fuenterroble, vamos por la alternativa de Samos, aunque la etapa se alarga varios kilómetros. Kilómetros que podrían ser muchos más, ya que se adentran en plena naturaleza por un camino entre paisajes de cuento. En Samos entramos al monasterio, visita bastante recomendable, y la etapa sigue con la misma tónica de paisajes naturales, aunque se va haciendo dura por las constantes subidas y bajadas de los montes gallegos. Una auténtica etapa rompepiernas de más de 70 kilómetros que tras 10 horas nos deja en Portomarín, a la vera del río Miño.


El Camino en su variante por Samos (Lugo)

18. Portomarín - Melide
Como cualquier otro día de nuestro reto, nos levantamos y nos ponemos a pedalear. Pero hoy es diferente. Nos quedan menos de 100 kilómetros para Santiago. Aunque pueda parecer una buena noticia, son dos malas noticias para nosotros: se acerca el final de nuestro reto, de disfrutar del Camino; y además, es el mínimo de kilómetros para conceder la Compostela, lo que significa que vamos a encontrarnos a cientos de los llamados "turigrinos": peregrinos que, en su mayoría, viajan con un tour organizado, con alojamientos reservados y sin equipaje. Otra forma de vivir el camino que respetamos, aunque no pensamos que sea la mejor forma de vivir su esencia. Así, esquivando innumerables grupos de personas que se acumulan, avanzamos de pueblo en pueblo y, aunque no hay grandes desniveles, los toboganes (las subidas y bajadas) juegan en nuestra contra, pero se amenizan con los mágicos paisajes por los que transcurre el Camino. La lluvia hace acto de presencia poco antes de llegar a Melide, parada obligatoria para degustar el mejor pulpo, y finalizamos aquí una corta etapa de 40 kilómetros, dejando lo mejor para mañana.


Una de las flechas amarillas antes de Melide

19. Melide - Santiago de Compostela
Nos despertamos en Melide con nuestra decimonovena etapa por delante y un objetivo claro: llegar a Santiago. Pero antes tenemos que superar 56 kilómetros con algunas dificultades. Como en nuestras últimas etapas, los montes gallegos, sin ningún tramo que nos permita llevar un ritmo constante, van a ser nuestros mayores enemigos. Por caminos de piedra, senderos y asfalto entre paredes de árboles pasamos por pequeñas poblaciones para sellar en algunas. A veces, nos preguntan de dónde venimos, y al no ser muchos los que hemos comenzado el Camino de Santiago en el sur, se suelen extrañar. Otros, se acuerdan de familiares o conocidos de allí. 
Intentamos no desmotivarnos sabiendo que tras subir una cuesta y bajarla, vamos a encontrarnos con otra. Y así, subimos los dos tramos más difíciles: la subida para rodear el aeropuerto y la subida al Monte do Gozo (para Selene "Monte nuboso"). Como su nombre indica, es un gozo ver por primera vez la ciudad del Camino desde aquí. Bajamos impacientes, nerviosos y con las pulsaciones aceleradas. Y, por fin, llegamos a Santiago de Compostela. Perdemos de vista las flechas amarillas, pero por intuición recorremos las calles de Santiago hasta un arco en el que se escucha el sonido de unas gaitas. Nos bajamos de la bici para pasar por las escaleras y, mientras la música suena, entramos en la Plaza del Obradoiro cuando son las 13:30 del 31 de julio. Nos quedamos admirando la fachada de la Catedral con alegría y alguna lágrima de emoción.


Catedral de Santiago. Plaza del Obradoiro (Santiago de Compostela)


La mayoría de alojamientos en el centro están llenos, por lo que decidimos ir al Seminario Menor, un albergue que es, además, un monumento. Dejamos las bicicletas y nos dirigimos de nuevo al centro de Santiago para recoger las compostelas, que nos acreditan haber realizado el Camino con la credencial sellada. Después, vamos de nuevo a la Catedral para abrazar al apóstol y presenciar la misa del peregrino: ver el botafumeiro y que nos nombren es otra experiencia única.



20. Santiago de Compostela - Finisterre
Sin ganas de terminar esta aventura, salimos de Santiago para hacer el Camino a Finisterre, que consta de unos 90 kilómetros, con la duda de si llegaremos antes de que el sol se esconda o tendremos que dividir la etapa en dos días. Aquí, la cantidad de peregrinos es notablemente inferior. Lo que sí permanece son los ya conocidos toboganes, a los que se añaden algunos altos, acumulando un gran desnivel positivo. Hasta Augapesada la mayoría son cuestas abajo, pero empieza el alto do Mar de Ovellas, con fuertes repechos sin descanso. Descendemos hasta el río Tambre, atravesando un puente medieval, para después llegar a Negreira. Recogemos una credencial para sellar a lo largo de este Camino, aunque también se puede utilizar la de Santiago. Después de más de mil kilómetros a nuestras espaldas, el cuentakilómetros seguía contando, más rápido de lo que esperábamos, aún sin rodar apenas en llano. Volvemos a sellar en Olveiroa y continuamos hacia la bifurcación que nos obliga a elegir entre Finisterre y Muxía, aunque nuestro Camino ya tenía destino desde antes de iniciarlo. Poco después de la bifurcación podemos contemplar como se abre un nuevo horizonte, en el que no hay montañas, llanuras, ni tierra, sino un mar que termina en el cielo. Recorremos los últimos kilómetros de estos 20 días por la Costa da Morte y cumplimos nuestro reto: hemos llegado a Finisterre pedaleando desde Lucena. Sin pensarlo dos veces, dejamos las bicis en la arena de la playa y nos lanzamos al agua. 

Pero aún tenemos que cumplir con una tradición más del Camino. Dejamos en el albergue a nuestras acompañantes de dos ruedas que nos han traído hasta aquí, recogemos la "Finisterrana" y, a pie, caminamos hasta el Cabo de Finisterre, con su faro y el mojón que nos indica el kilómetro cero. 



Kilómetro 0. Cabo Finisterre

Como manda la tradición, ambos quemamos una de nuestras prendas de ropa que hemos usado durante el Camino. Al mismo tiempo en que el fuego se va apagando entre las rocas, el sol deja sus últimos rayos de sol en el "Fin de la Tierra" y se funde en un horizonte anaranjado, que marca el final de nuestro Camino. Estas hermosas vistas son superadas por la emoción y el sentimiento de haberlo conseguido después de tantos días de esfuerzo y apoyo mutuo; de habernos superado a nosotros mismos cumpliendo algo que tiempo atrás no nos hubiésemos imaginado; de haberlo pasado bien, y unas cuantas de veces mal; pero sobre todo de haber vivido momentos irrepetibles que siempre recordaremos.